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La Plaza Botero: un dilema de seguridad y convivencia en Medellín

Han pasado cuatro meses desde que la Alcaldía de Medellín –aduciendo motivos de seguridad­– cercó con vallas de la Policía la Plaza Botero, donde se encuentran las 23 esculturas que Fernando Botero donó a su ciudad natal en el 2004. Les contamos cómo sigue la situación. ¿Ha resultado efectiva o no la medida?

 

El pabellón de México en la Filbo incluye una amplia exhibición  de libros editados por el Fondo de Cultura Económica. /ARTERIA
La Plaza Botero es la plaza más importante de esculturas de la ciudad, con el Museo de Antioquia en uno de sus lados. /Cortesía de Francelly Ortega

DIEGO GUERRERO

Editor

ARTERIA


En ARTERIA hablamos con el Secretario de Cultura Ciudadana, Álvaro Ósmar Narváez y con personas que frecuentan el lugar para entender cómo ven esta situación que no ha dejado de ser controversial, al punto que Fernando Botero envió una carta en la que critica la medida de la Alcaldía cuando recién había tomada la decisión. (Ver Botero pide tránsito libre por Plaza Botero...)


La Plaza fue construida en pleno centro de Medellín con el fin de albergar las esculturas y hoy conforman el que es, tal vez, el conglomerado de esculturas de arte actual más importante del país. En la actualidad está rodeada por vallas y para ingresar hay que pasar por un control de la Policía, en el que las personas son requisadas en busca de armas. En la Plaza está ubicado el Museo de Antioquia.


“La Plaza Botero es la plaza más importante de esculturas de la ciudad, que se construyó en una zona con muchas dificultades de seguridad, de habitabilidad, pero en los últimos seis, siete años –que no estaba esta administración– el deterioro fue creciendo en temas de orden público muy graves; en temas complejos, como violencia infantil, sexual, abuso. Tratamos de tramitarlos con muchas acciones de cultura ciudadana, pero llegó un momento en que había un tema que sobrepasaba cualquier espacio de diálogo”, explica el secretario de Cultura Ciudadana para explicar por qué el cerramiento.


En la plaza confluían vendedores ambulantes, trabajadoras sexuales, Policía, transeúntes, y en sus alrededores hay un mundo de comercio informal, de cachivacheros en los bajos del viaducto del metro –que pasa justo por ahí–, grupos armados ilegales, ladrones...


El Palacio de la Cultura (al fondo) diseñado por el belga Agustín Goovaerts, está junto a la Plaza Botero. /Cortesía de Francelly  Ortega
El Palacio de la Cultura (al fondo) diseñado por el belga Agustín Goovaerts, está junto a la Plaza Botero. /Cortesía de Francelly Ortega

Al contar cómo se llegó a la decisión, el funcionario explica: “Se hizo un primer intento de ‘abrazo’ a la plaza, en donde todas las entidades estuvieron de acuerdo en rodear eso con un ‘abrazo’, pero llega un momento en el que ya las violencias contra niños y mujeres eran fuertes y ahí entró un tema de fuerza pública a regular eso.

“Se hace un cerramiento parcial, no es total, hay unos accesos a la plaza, no es lo que nadie quisiera, es una decisión difícil, pero que hoy nos da una apropiación de la Plaza muy importante. Como el alcalde ha dicho, a nosotros nos tocó hacer la cirugía de la Plaza”.


Un micromundo complejo

Pero aún con la medida, la Plaza Botero no deja de ser un dilema de seguridad y convivencia en Medellín

Para Ramón Pineda, periodista e investigador con amplio conocimiento de la ciudad y del sector, la medida no ha servido para mejorar la convivencia en ese parte de la ciudad. Entre otras cosas, porque la dinámica del lugar supera cualquier acción desde la coerción.


Una de las esculturas de Botero, junto al Museo de Antioquia. /Cortesía.
Una de las esculturas de Botero, junto al Museo de Antioquia. /Cortesía.

“Detrás del Museo de Antioquia está la calle Cundinamarca, que junto con la Avenida de Greiff (aledaña) y la zona conocida como El Raudal conforman la zona más grande de prostitución que tiene la ciudad. Al otro lado, al frente de la iglesia de la Veracruz, está la prostitución de señoras de la tercera edad”, dice Pineda


Agrega que “hay muchas ventas callejeras en los bajos del metro, con verdulerías y cachivaches, y, frente al Palacio de la Cultura (que limita con la Plaza Botero), debajo del metro, hay una zona que se conoce como ‘El Cambalache’”.


Esto es junto a la plazuela Nutibara (donde queda el hotel icónico del mismo nombre). Según Pineda, con la construcción de la Plaza Botero, la Plazuela ha perdido la identidad que tuvo décadas atrás. Según comenta, entre las distintas migraciones, la variada prostitución, negocios de striptease (algunos con décadas en el sector), el lugar es muy difícil de manejar.


“Gobernar ahí, en ese entorno de anomia, de gente que se gobierna sola es muy difícil.

Porque hay gobiernos paralelos a las autoridades oficiales: las ‘convivir’, los que controlan las plazas de vicio. Es la vida real, pero es que eso siempre ha sido así”, dice el investigador que, por todo esto, ve las medidas de la Alcaldía como la creación de un entorno artificial.


Adela Ortega es politóloga y gestora cultural que suele trabajar en el sector. Hace poco fue su primer día de pasar por la plaza, desde las medidas de la Alcaldía.


“Es un cambio radical, en teoría. Es que no hay ruido, no hay el sonido al que estábamos acostumbrados. Es como si la Plaza no fuera la Plaza. Es que la seguridad en el último año, sobre todo… La ciudad ha estado muy, insegura y la Plaza se había convertido en un asunto muy, muy denso. Realmente el cerramiento no resuelve, más bien como que expulsa y lo que hizo fue trasladar el problema a unas cuadras más arriba”.


Es decir, el problema se trasladó hacia otros lugares del centro. “Pero el centro no es de turismo, como sí es la Plaza Botero. Creo que ahí hay una intención. Estar ahí es como estar en una isla, pero frente a los vendedores ambulantes, a los habitantes tradicionales de la plaza, a todas las personas que están ahí siempre: un delincuente, las trabajadoras sexuales, que fueron desplazadas completamente del espacio”, dice la politóloga.


En eso está de acuerdo Pineda: “Estas administraciones –dice– creen que con encerrar van a mejorar la seguridad. El turista entra y tal vez las cosas pasen un poquito menos, pero los ladrones están afuera y los esperan a la salida, porque, igual, tienen que salir. No se van a teletransportar desde ahí hasta Provenza (una de las 33 calles más cool del mundo en el 2022, según un el portal TimeOut). Todas las salidas son entornos difíciles. No es que te digan váyase por aquí que este es el camino más seguro: no hay ninguno. Listo, ya no piden plata por tomar fotos en las esculturas, porque la Policía está ahí, pero me imagino que afuera los cuelgan”.


El investigador se refiere a que, cómo cuenta el secretario de Cultura Ciudadana, antes del cerramiento había personas que cobraban a los turistas por tomar fotos. Al aclarar que la Plaza no está cerrada, sino que hay “filtros de control” para que nadie entre con armas, y que los habitantes de calle pueden pasar los filtros, Narváez dice:

“Resulta que un turista llegaba y unas personas se paraban en las esculturas y le estaban cobrando 10 mil pesos a cualquiera por tomarle una foto a una escultura de Botero. Hoy, lo que pasa con la institucionalidad es permitir que se acceda a la plaza con seguridad para que las actividades culturales y el turismo puedan desarrollarse. Incluso el aumento en el acceso hoy al Museo de Antioquia empieza a verse”.


Si bien Ortega acepta que es un asunto de seguridad, también cree que tiene que ver con el uso del espacio público que –dice– es un tema que se ha salido un poco de las manos. “El lugar como que no es de nadie, es de todos, pero de nadie… todo eso junto. Pienso que esa no es la medida porque sacar a los habitantes naturales del espacio, así sea toda esa complejidad, primero, no resuelve lo del espacio y, segundo, es ver el mensaje para la ciudad: como que lo que no está bien, lo que no se ve bonito, lo que no controlo, lo elimino. Eso no, no puede ser, no debería ser”, dice Ortega.


El sitio es complicado, dice una turista de Bogotá: “La plaza es linda, Medellín es lindo, es una ciudad muy linda, nunca la había podido verla con calma y en Bogotá solo hay una escultura pública de Botero en el Parque del Renacimiento. Ver esto (las esculturas de Botero en la Plaza) es muy bonito. Me sentí segura, pero me tocó ver una pelea afuera con cuchillo y eso es como…”.



¿Controlar lo incontrolable?

Para la Alcaldía, el tema de las vallas es una medida impopular pero necesaria. Una acción que complementan con otras.


“Llevamos una cantidad de acciones cada semana de apropiación muy fuertes, hemos hecho ‘Danzando en la Plaza de Botero’, picnics, cultura, talleres; hemos llevado familias, niños, se han recuperado 15 rutas de turismo, se instaló un ‘Buen Comienzo’ cerca de la Plaza (lugar de atención para la primera infancia), con 100 niños de las poblaciones que hay alrededor; se han venido haciendo trabajos con la Gerencia del Centro, con el Museo de Antioquia, y, por fin, la limpieza de las esculturas de Botero que llevaban más de siete años de no haberse podido intervenir”, cuenta el secretario de Cultura Ciudadana.

Respecto al sector, dice que harán intervenciones como la iluminación arquitectónica del hotel Nutibara y la iluminación y limpieza de fachada de la Iglesia de la Veracruz (junto a la plaza).

/Cortesía
/Cortesía

“Seguimos haciendo cada mes eventos de cultura, es un eje fundamental, una presencia total de aseo, inclusión social, empleabilidad para las trabajadoras sexuales. Ese es un tema complejo, que no se resuelve de la noche a la mañana. Los venteros informales que están muy organizados en la plaza han podido volver a la Plaza, son acciones que han venido dando resultados positivos.


Agrega que lo que sucede es consecuencia de “un problema estructural social en el país que deriva de muchos años de abandono, de violencias, de pobreza extrema, de unas migraciones de pobreza. El problema es de un país que ha tenido desplazamientos más de 50 años”.


Ortega señala que todo el peso no debe dejarse al Estado. “Creo que la administración pública sola no puede con la problemática que tiene el centro. Es un asunto de las instituciones públicas y privadas, donde la parte pública es el corazón del asunto, pero tiene que aliarse con la institucionalidad privada, que siento que es un poco como si no fuera con ella”.


Como ejemplo de la dificultad para afrontar la situación solo desde el Estado, cuenta: “Es muy complejo lo que pasa con la Policía en ese contexto. Estaba en la Plaza y hubo como un asalto y un herido con cuchillo, y la medida de la Policía fue que metió a la gente al cerramiento para estar seguros.


“Empezando por eso ya todo está mal. Es como que el tema de seguridad primero tiene que ser resuelto de una manera distinta o encontrar una medida para abordar la complejidad de los grupos armados que hay en el centro y, segundo, tiene que haber alianzas con la institución privada, porque, de todas maneras, estas personas, tienen que buscar cómo ganarse la vida. Yo creo que lo que tendría que hacerse es convocar. Ahorita ya el Estado no puede solo como una isla”.


/Cortesía de Francelly  Ortega.
/Cortesía de Francelly Ortega.




Y tal vez esa situación es la que se refleja en la vida cotidiana de la Plaza Botero: una isla en medio de un mar de complejidades, en una ciudad que lucha por encontrar su esencia y armonía.



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