DIEGO GUERRERO
Editor
ARTERIA
La exposición Bruma, de Beatriz González, en el espacio Fragmentos, en Bogotá, va de lo simple a lo monumental.
Por un lado, en la primera sala se encuentran varias obras en cuadros de mediano formato, ubicadas con un generoso espacio.
La sala principal, por otro lado, está empapelada con papel de colgadura del piso hasta el techo de esa inmenso lugar, con una media docena de imágenes que se repiten. Ambas salas muestran de manera muy diferente ese tema de la violencia que en González, que cumple 90 años, es tan insistente como las imágenes de sus series. En el corredor puede verse otro trabajo reciente con el mismo tema.
La exposición tiene sus complejidades. Por un lado, comparte espacio con lo que uno podría llamar una exposición permanente, que es el piso (y el lugar mismo) que Doris Salcedo propuso como contramonumento, luego de que en el acuerdo de paz entre el Estado y la guerrilla de las Farc quedó estipulado que debería hacerse un monumento conmemorativo, el cual fue encargado por el gobierno a Salcedo.
Luego de varias exposiciones en el lugar, es claro que el piso tiene un peso muy grande para cualquier propuesta que se quiera mostrar y que el espacio mismo, un cubo blanco inmenso en ese piso gris, también reta a la obra.
De hecho, en la apertura de la exposición, que tuvo una afluencia de público casi inaudita, era un comentario común que la obra de González –los cargueros que llevan cuerpos– de una violencia que aún no termina, contrastaba y generaba un sensación fuerte con el piso hecho con las armas de la antigua guerrilla.
Por otro lado, la repetición de las obras de González en la gran sala es una continuación de Auras Anónimas, la serie de más de trescientas impresiones sobre los antiguos columbarios del Cementerio Central de Bogotá, cuya permanencia en el espacio ha generado disputas que han involucrado a la artista, a la Alcaldía y a la comunidad del sector y sobre las que se han pronunciado múltiples personas a favor y en contra.
En ARTERIA hablamos con María Belén Sáez De Ibarra, la curadora de esta exposición.
–¿Por qué hicieron esta exposición?
–Creo que eso era una posición indispensable. Esto estaba escrito: tenía que ser así la unión entre la obra de Beatriz y Doris. Después de ese contramonumento, y el monumento que estaba allá (en los columbarios), creo que eso tenía que venir, sobre todo porque esos columbarios eran un proyecto donde Doris trató de luchar por un espacio de memoria en la ciudad, público, como siempre ha sido su obsesión, el tema de los lugares de conmemoración públicos, donde está la gente, donde transcurre la vida de una sociedad. Y esto tenía que hacerse.
También coincide con ese homenaje que le quisimos hacer ahorita a Beatriz, en sus 90 años, aunque no se presentó así porque ella dijo que a ella no le iban a celebrar. No lo hicimos así, pero, pero yo creo que hay que honrarla. De todas maneras, es una de las más grandes artistas que tenemos, que ha trabajado con esa hondura y ese ese resultado tan magnífico de lograr encriptar la memoria de esta funesta guerra.
–¿Cómo surgió la exposición?
–Es una invitación de Doris que le hace a Beatriz. Doris le dice que traiga los columbarios, que hace años se está hablando de que los van a restaurar… Una historia larga, larga y extensa. Eso ha tenido de todos los ires y venires; 15 años de peleas y de luchas por proteger ese espacio y se pensaba que lo iban a restaurar ahora, pronto.
Doris tuvo la idea como de reciclar algunas de las intervenciones que hizo Beatriz y yo me ofrecí a colaborar en ese proceso, que era asunto de restauradores y de trámites y de producción y de cosas de ese tipo.
–¿Cómo se llega aesta pieza de la sala principal
–Como eso no fue viable, seguimos con una curaduría con Beatriz. Se abre otro umbral creativo. Es una capa más que se le pone al proyecto, es una actualización de la memoria. Eso pintado hoy, en esa bruma, en su mejor momento como artista… Logramos hacer una curaduría que acompañe de coherencia a todo el proyecto desde los personajes que vienen apareciendo en los últimos tres años, que son estos excavadores, campesinos en los que se cumple esa paradoja terrible de la realidad colombiana, que es que no están recogiendo cosechas, trabajando el campo para la alimentación y para su proyecto de vida con la tierra, sino que están buscando desaparecidos.
Entonces, esa fusión entre los cargueros, que es una de las imágenes que nos presenta Beatriz hace décadas como una imagen de la guerra colombiana, trágica, que a todo el mundo conmueve, porque como le oí decir a Doris: el que ha vivido la guerra conoce bien esa imagen de esos personajes que van subiendo por la montaña recorriendo grandes extensiones y son los que llevan los heridos, los que movilizan a los mutilados, los que recogen los muertos, los que hacen la búsqueda, los que llevan los desenterrados.
Son campesinos que muchas veces buscan sus propios seres queridos, llevan sus seres queridos. Entonces, es una imagen esencial, ahora pintada en esa bruma, que es central. Todo está lleno de bruma. Las obras originales fueron hechas capa por capa en veladuras, para lograr la brumosidad. Ahora más que nunca usa las veladuras, y eso le da toda esa brumosidad.
-¿Por que esa bruma?
La brumosidad también es lo ininteligible, es lo incomprensible de la desaparición forzada, sobre todo, está llena de tinieblas porque no se sabe. Tenemos la mayoría de los casos solamente. Se puede aspirar a que entreguen los huesos de los seres queridos, pero plenamente identificados. Sin embargo, el sinsentido permanece y sin saber las circunstancias en que murieron. Siguen sin aparecer y, en la gran mayoría de los casos, sin hacerse justicia.
Entonces todo eso cubre de bruma ese asunto, lo mismo que cubre de bruma al país entero. O sea, nosotros todos estamos cubiertos. Por eso, en bruma está esa memoria traumática. Es una imagen que no representa a los cargueros, sino que es una imagen interior de la memoria.
Recuadro
¿Por qué asume esa obra Beatriz González?
Las obras de la sala temporal tienen que ver –explica María Belén Sáez de Ibarra– con los llamados 6.400 ‘falsos positivos’, jóvenes atraídos por miembros del Ejército para matarlos y presentarlos como guerrilleros muertos en combates. Y agrega:
–Beatriz González dice que esa es una de las mayores vergüenzas de esta sociedad. Ella ve las noticias y empieza a trabajar. Ella siempre ha trabajado con imágenes de prensa. Las empieza a reelaborar, a pasar por su interior, las reconfigura, las pasa por su paleta, las transfigura hasta el punto de que las imágenes, que eran de los oficiantes públicos buscadores de la Fiscalía, vestidos como esos trajes blancos de arqueólogos, con las cintas amarillas, con toda la vigilancia del Estado, con todo el protocolo de investigación, toda esa formalidad, pues ella toma esas imágenes y la transforma en el campesino, en el personaje que ha venido trabajando muy recientemente, que son estos personajes llevando esas palas, picos, palos.
Es una contradicción muy profunda, una paradoja muy triste, no solo porque deberían estar recogiendo sus cosechas, pero en realidad ellos mismos están buscando seres queridos y así es la realidad, porque ella no se lo está imaginando, así es en la realidad. Eso, eso es una visión de Colombia, pero creo que universal porque es una época de una operación de segregación para administrar el despojo, para hacer una colonialidad más viva que nunca. Estamos viendo imágenes de grandes éxitos de gente impulsada por el terror gracias a ese tipo de estrategias de guerra, como la desaparición forzada.
'Bruma'
Espacio Fragmentos
Cra. 7 # 6B-30, Bogotá
Abierta hasta mayo del 2023